sábado, 16 de abril de 2016

Mesura

Cuando la noche oscura evoca la presencia femenina, la mesura se vaporiza y danza entre los átomos irresolutos de la existencia. El rocío de Los Ojos está presente, supura, duele, sana. La procesión natural se filtra en los poros de la mujer que soy, e irremediablemente existe.

El plexo se contrae y se expande en una sinfonía de luciérnagas y resoplidos de rumiantes, mientras a horcajadas la tristeza se estrella con el afuera de mi cuerpo. 

Afuera está el fresco de la noche, la soledad de parirme a mi misma, la compañía de aprender a abrazarme. Insoportable y difícil es conocerme cuando aprendí a negar mi carne humana. Abrazar a la niña que quedó dentro, emocionalmente inacabada, aislada. Maternarme, darme todo lo que necesito.

La madurez es un fantasma que no me da miedo pero no conozco, no sé identificar, nunca lo vi de frente. 

La noche se despeja y yo le hablo a Dios, esté adentro o afuera, y le pido que me de tregua, que me de un reparo, que el cuerpo ya no me aguanta, que me duelen hasta los dientes. Es la verdad... la única verdad. 

Cuando empieza a salir de raíz, el dolor retuerce las células y el suelo donde está duele terriblemente. Pero es necesario cultivar espacios sanos... quitar la maleza y sembrar dentro nuestro lo que querramos que crezca sanamente.

Sofía

(premenstrual)



Fotografía por Pablo Linietzky

No hay comentarios:

Publicar un comentario